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La abdicación de los parlamentos


Al finalizar el tradicional receso veraniego de los parlamentos europeos, el momento es oportuno para examinar las causas de su debilitamiento.

El primer ministro británico, Tony Blair, no es el único al que acusan de "presidencialismo". El fenómeno se da en toda Europa. El canciller alemán, Gerhard Schršder, afronta la misma acusación en la campaña electoral en curso. Al italiano Silvio Berlusconi, en verdad, ni siquiera le agrada el título de "primer ministro" e insiste en usar el de "presidente" porque, técnicamente, lo es del Consejo de Ministros. Y, por supuesto, Francia es una democracia presidencial.

A muchos el término "presidencialismo" los hace pensar en el régimen constitucional de Estados Unidos; sin embargo, se equivocan quienes sospechen que la tendencia actual es una faceta más de la norteamericanización de Europa. En Estados Unidos, el presidente sólo es un miembro de una tríada de poderes independientes; el Congreso restringe severamente sus facultades porque así lo establece la Constitución. En cambio, los primeros ministros "presidenciales" de Europa son "dictadores electivos", para usar la frase de un lord canciller (es decir, de un ministro de Justicia) británico.

Sirvientes del Ejecutivo

Esto significa, por sobre todo, que ya no toman en serio a los parlamentos. Algunos rara vez asisten a sus sesiones. Cuando se dignan aparecer, son tratados con deferencia. En algunos casos, más que la fuente de la soberanía los parlamentos son los sirvientes del Poder Ejecutivo. Berlusconi ha inducido al Parlamento italiano a aprobar leyes cuyos principales beneficiarios son él mismo y sus intereses comerciales.

Hasta en Westminster, cuna de los parlamentos del mundo, suelen cortar los debates mediante un procedimiento denominado "guillotina", con lo cual leyes importantes, como el actual proyecto de Ley de Asilo, en gran medida quedan sin discutir en la Cámara de los Comunes. La consecuencia absurda de esto es que la Cámara de los Lores, no electiva, se convierte en la verdadera legislatura del país. Todos los gobiernos se han habituado a utilizar una legislación secundaria, constituida por decretos y reglamentos fuera del control parlamentario.

La Unión Europea da un ejemplo particularmente malo en todo esto. Su órgano legislativo es el Consejo de Ministros, que a veces permite que el Parlamento elegido tenga un poco de "coparticipación en la toma de decisiones". Desde luego, el Consejo sesiona a puertas cerradas, lejos de la mirada escrutadora del público.

¿Cómo pudo suceder esto? ¿Cómo se explica la aparente abdicación del Parlamento, la institución central de la democracia? ¿Por qué ha dejado de ser el lugar en que los representantes del pueblo debaten cuestiones importantes y piden cuentas al Poder Ejecutivo? ¿Peligra, acaso, la democracia misma?

Podemos hallar varias razones para el destripamiento de los parlamentos. Una es la globalización. Las decisiones han emigrado de los espacios para los que se eligen los parlamentos. Hoy se toman en lugares remotos y a menudo desconocidos: tal vez, los directorios de empresas, las reuniones privadas entre dirigentes de distintos países o, simplemente, el curso de unos acontecimientos que escapan a todo control. El colapso de la "nueva economía" es un ejemplo de ello pero, curiosamente, también el probable ataque a Irak se decidirá de esa manera. Aunque los parlamentos nacionales intentaran impedir tales hechos, fracasarían.

Otra causa es la separación entre el juego político y la vida e intereses de la mayoría de la gente. En vez de agrupar y representar los intereses de los ciudadanos, los partidos se han transformado en máquinas distribuidoras de poder. El juego entre partidos ha perdido su representatividad. De ahí la nueva tendencia de sus dirigentes a recurrir directamente al pueblo, dejando poco margen al debate. Pueden hacerlo mediante encuestas de opinión y grupos focalizados, o bien con referendos y plebiscitos. En ambos casos, los parlamentos son prescindibles.

NUEVO AUTORITARISMO

El peligro de estos cambios radica en que robustecen una tendencia, ya fuerte, hacia un nuevo autoritarismo. La clase política deviene en una especie de nomenklatura de líderes que prefieren la popularidad al debate. Les resulta embarazoso explicar sus políticas. Para ellos, los parlamentos son un mero depósito, una reserva de aquellos con quienes están dispuestos a compartir el poder.

A medida que los debates razonados van quedando en el camino, los ciudadanos pierden interés por la política. Se ocupan de sus asuntos particulares y se dejan gobernar por quienes estén en el poder. Las elecciones han perdido su encanto, junto con los partidos y los parlamentos. La menguante concurrencia a las urnas así lo demuestra.

La abdicación de los parlamentos es, por sobre todo, una declinación del debate y escrutinio democráticos. Es una tendencia inaceptable para quienes defienden la ley de la libertad. Ya es hora de que los parlamentos se rebelen contra la arrogancia de los que están en el poder y contra la apatía del electorado. En cierto sentido, los europeos necesitamos más presidencialismo, al menos en su correcta acepción norteamericana, que implica la legitimidad independiente del Poder Legislativo y del Ejecutivo, y su igualdad de fuerzas.

Autor Ralf Dahrendorf 

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